
En su obra “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” (Fondo de cultura económica. México, 1956) se pregunta Erich Fromm, siguiendo a Freud: ¿Puede estar enferma una sociedad? Y a continuación expone cómo el peso de una conciencia dependiente y homogeneizada, se ha venido imponiendo sobre las singularidades de la llamada “naturaleza humana”, hoy atrapada por el supuesto valor de unos consensos coercitivos que han destrozado toda individualidad, todo pensamiento autónomo.
Se ha impuesto y difundido sobre el común de las personas, unas conductas conformistas y gregarias, basadas en estereotipos de comportamiento establecidos por los grupos hegemónicos -de una manera rutinaria e insistente-, como si se tratase de defender y establecer «lo normal». Esto ha llevado, por supuesto, a la desaparición del yo personal, a la formación de sujetos sometidos, súbditos que viven esa dependencia espiritual, esa subalternidad y el monótono uniformismo, como su proyecto básico de vida.
Adocenados individuos sometidos a una generalizada neurosis social, que creen ser «apolíticos», mientras simultáneamente se asumen con orgullo como integrantes de las «mayorías». Sujetos medrosos, desconfiados, retraídos y apáticos; incapaces de criticar, de reflexionar y de actuar por iniciativa propia, o de manera abierta. No obstante, les gusta aparentar; simulan independencia y, unas veces de manera ingenua o taimada y otras amenazante o agresiva, expresan sus acumulados odios y rencores desplegando rumores, consejas e intrigas, la mayoría de veces encubiertos por el anonimato o detrás falsas identidades que utilizan habitualmente en las llamadas redes sociales o mediante convenientes y acomodaticios silencios que saben manejar.
Dice Fromm:
“Lo que es muy engañoso en cuanto al estado mental de los individuos de una sociedad, es la ‘validación consensual’ de sus ideas. Se supone ingenuamente que el hecho de que la mayoría de la gente comparte ciertas ideas y sentimientos demuestra la validez de esas ideas y sentimientos. Nada más lejos de la verdad. La validación consensual como tal, no tiene nada que ver con la razón ni con la salud mental… El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios, no convierte esos vicios en virtudes, el hecho de que compartan muchos errores, no convierte a éstos en verdades, y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gentes equilibradas…”
El triunfo de este modelo de “democracia”, que logró esa «despolitización» de la población, permitiendo que los quehaceres políticos y administrativos quedasen en manos de pequeños círculos de mediocres, ambiciosos y corruptos, es lo que percibimos hoy en Colombia.
Esa tranquila conciencia colectiva de desilusión y conformismo, ese cínico pragmatismo de unas mayorías que no responden a la convocatoria de la pulcritud y la decencia política, porque consideran que es preferible mantenerse al margen y avalar con ello el statu quo, nos permite certificar, fehacientemente, la validez de la Teoría de la alienación que propusiera Carlos Marx, la cual nos indica de qué manera los individuos pierden todo dominio sobre lo que crean, y nos señala cómo los productos de la actividad humana, bajo las relaciones sociales de producción sustentadas en la explotación, terminan por imponer una serie de falsos valores sobre el mundo de la vida.
Esta teoría y el Psicoanálisis, son tal vez, lo único que pueda ayudarnos a entender las constantes victorias electorales de la corrupción y el crimen (que se expresa también en su correlato: el abstencionismo) , por sobre la racionalidad y la cordura.
Indiferencia, apatía, desidia, desinterés, desencanto, falta de entusiasmo, aburrimiento, en fin: resignación, de unas “mayorías” sometidas a la obediencia y a la docilidad, pero que, cuentan con la manipulación por parte de unos organismos del poder y unos medios de comunicación siempre atentos, encargados de presentar estas situaciones de manera velada, falsificada y encubierta. Con la algarabía mediática y supuestos teóréticos, les garantizan a estas masas de subalternos la auto-consolación, asumiendo la consigna de que “perder es ganar un poco”, lo cual les sirve de paliativo ante los fracasos, siempre presentidos, pero que logran disfrazarlos de victorias.
Lo único que queda claro, en este zafarrancho tan mediáticamente promovido, es esa alienación generalizada de unas masas que aceptan y cohonestan con la corrupción y el crimen, y la existencia -al parecer inamovible- unas élites politiqueras tan ignorantes, degradadas, envilecidas y corruptas, como seguidas, acompañadas y admiradas.
Carece de ética y de sentido político decente y honesto, esa constante actividad oportunista con que las diversas empresas de la politiquería, van preparando a los sectores populares, (a esas masas de la subalternidad) para próximas marchas, procesiones, vigilias o contiendas electoreras, planteándoles que ya casi se realizan las permanentemente postergadas esperanzas, y haciéndoles creer que el escaso porcentaje de la participación en tales convocatorias, constituye ya una mayoritaria expresión de la llamada “voluntad popular” y que, en Colombia tenemos una auténtica democracia participativa…
Vergüenza es el sentimiento más claro que podemos expresar ante la opinión internacional, y ante la historia, frente a esta neurosis colectiva, a esta subalternidad generalizada de muchos colombianos, hacia mesiánicos caudillos, tan ignorantes como criminales y bandidos.
Julio César Carrión Castro