
Se acabó Semana. La revista forjada por generaciones de periodistas talentosos y corajudos, que se jugaron la vida durante 38 años, la acabó un niño rico en 18 meses. Se acabó Semana, “un referente del periodismo americano”, repetimos todos en un lamento unánime y nacional. Se fueron todos: Felipe López, el propietario que ya no poseía nada; Alejandro Santos, el presidente que ya no presidía nada; Rodrigo Pardo, el editor que ya no editaba nada. Se fue María Jimena Duzán y en buen momento, porque que en su último Mafialand cometió la imprudencia de recordar que los Gnecco, la familia del esposo de Vicky Dávila, la nueva directora de Publicaciones Semana, son un clan de gamonales narcopolíticos de la Costa, o narcoparacopolíticos (¡el lector me disculpará esta imprecisión, pero es que en Colombia estos gremios se traslapan de una manera!). Se fue Vladdo y se llevó los cartones y sus lápices agudísimos que sabían reír, chuzar, pensar, llorar. Se fue Ricardo Calderón, alma y nervio de la revista. Se fue Ariel Ávila, al que no le perdonan que haya hablado mal de los Char y de los Gnecco, y bien de la minga indígena (dicen que Vicky cree que Ariel le filtró a la prensa el audio donde le dicen a ella que el exembajador Sanclemente sí sabía que en su finca “cocinaban”, pero que eso no se puede publicar). Se fue Antonio Caballero, el maravilloso alacrán alado que nos ayudó a repensar nuestra intrincada historia política.
Las cartas de renuncia de los periodistas tienen carácter: dejan en claro que no comparten la nueva desorientación de la revista, pero están llenas de gratitud hacia López y Gilinski, y uno no entiende qué es lo que agradecen. Semana les pagaba, sí, pero ellos hacían un excelente trabajo. López le entregó la revista al banquero y el banquero la enterró. No hay nada que agradecer.
Cuando Blu Radio le preguntó si le preocupaba la salida de todos los “históricos” de la revista, el niño rico respondió con una frase que resume muy bien su arrogancia y su desprecio por el oficio periodístico: “Semana tiene 500 empleados”.
En el curso de la entrevista repitió tres veces, y serísimo, que él no se metía con los contenidos de la revista. En un ataque de sinceridad, el único de la entrevista, dijo que “en Semana había un exceso de libertad de información”.
No fue capaz de repetir que aspira a ser el Murdoch colombiano, quizá porque su ídolo Trump anda peleado con Murdoch (el dueño de Fox News).
La pregunta que muchos nos hacemos es: ¿para qué comprar una publicación semanal, es decir, una que llega tarde a la información, y quitarle su fortaleza: las firmas, la opinión, el análisis? Es como comprar el Real Madrid, regalar las estrellas y poner en su lugar a unos cojos que tienen, además, una dudosa reputación.
Es probable que Semana siga siendo un buen negocio. Los Gilinski venden lo que sea, incluso los hondos análisis filosóficos de Vicky y Luis Carlos Vélez y la esquizofrenia de Salud Hernández, enemiga de los paramilitres y admiradora del pionero del asunto. La revista competirá en agudeza con Alternativa, el flácido órgano del Centro, democrático. El nuevo editor limará los colmillos de sus redactores, denunciará chanchullos menores, acabará la edición impresa de la revista, como ya lo hizo con Arcadia, y hará de la Semana digital un magazín aséptico para toda la familia.