OPINIÓN

Ni el virus ni las amenazas judiciales pararon el Paro

Que miles de personas, desafiando todo, se lancen a las calles a gritar su inconformidad con el gobierno de turno, indica que se produjo un corto circuito de grandes proporciones entre los intereses de los gobernantes con la resistencia de la población.

El anuncio de más impuestos; la pose pedante de los burócratas defendiendo la medida y ofreciendo mermar la afectación a cuenta gotas, como si se tratara de migajas que se debe agradecer; se convirtieron en una agresión contra la inmensa mayoría de la sociedad, que reaccionó por encima de los llamados de los culpables de la crisis a conservar la calma; de las reflexiones de alcaldes de capitales que necesitan buscar recursos y no aumentar el contagio; de las trampas de última hora de la “justicia” con órdenes a las carreras; del mentiroso maquillaje que proponen los cómplices para cambiar dejando lo mismo.

Claro que hay riesgo de aumentar el contagio de un virus fatal; pero es que los sectores económico-políticos que gobiernan no dejan alternativa. Tienen a las mayorías nacionales en el filo de la muerte. Han manejado la economía como su negocio, el gobierno como la caja menor, las tragedias de salud como la oportunidad de conseguir más dinero para ellos; se comportan como los peores rufianes y además maltratan a la población tratándola como si manejaran una recua de tarados, que deben ponerse aquí, no moverse de allí, decir que sí, callarse si no tienen para comer, agradecer si le mandan las sobras, no pensar, ver novelas, creer sus noticias.

Pero, además, cuando más tienen el control, cuando más se creen omnipotentes… quieren más. Nada los llena, ni siquiera se les ocurre mermar sus ilegítimos dividendos, ni disminuir sus ilegales tumbes. Todo lo contrario. Son insaciables. Actúan como máquinas de privilegios.

Por eso este paro puede ser el comienzo del fin, del fin del régimen del embudo, del reino de los brutos, del gobierno de los mediocres, del mando de los que sólo saben de calculadoras y chequeras, para quienes la multiplicación de su dinero es la única operación correcta.

Este es un momento decisivo para el futuro del país, es decir para definir cómo vamos a vivir o matarnos en Colombia.

Es posible que tanta angustia mostrada por miles en las calles, en un paro que no pudieron parar, no logre conmover a los indolentes acumuladores de fortunas, ni a sus políticos de intereses subalternos que muchas veces ni entienden.

Pero si debería conmover a los que dicen querer un cambio.

Ese país que se mueve en el paro, puede no estar identificado con una u otra propuesta política alternativa, puede no tener definido por quién votar en las próximas elecciones, pero con seguridad quiere, aunque sea experimentar algo distinto.

Si en las próximas elecciones encuentran alianza en lugar de división, compromiso en lugar de apetitos, grandeza en lugar de mezquindades, pueden animarse a ser gobierno para superar el festín delincuencial.

Es responsabilidad de quienes se sienten llamados a un Pacto Histórico, como de quienes proponen la Coalición de Esperanza, como de otras colectividades o individualidades que quieren abrir un camino de vida para Colombia, aliarse para ser fuerza de victoria.

Sólo se necesita definir que banderas se comparte, acordar unos mecanismos de escoger candidatos y concentrarse de corazón en ganarse la voluntad de las mayorías. Quién no quiera sumar y prefiera descalificar e insultar, que estorbe sólo, que se le quite todo el respaldo.

Es la gente que se juega la vida, la que reclama y merece de los alternativos una acción coherente, con el momento, con el discurso, con la historia, con el futuro.

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