
Álvaro Fayad líder nacional del M-19 nació un 24 de julio de 1946 en Ulloa -Valle del Cauca-, coincidencialmente la mima fecha que nació Simón Bolívar. El jueves 13 de marzo de 1986 Fayad fue dado de baja en un operativo de la Policía Nacional de Colombia en el barrio Quinta Paredes de Bogotá, en el apartamento del compositor pastuso Raúl Rosero Polo.
Este artículo del poeta Juan Manuel Roca reconoce unos aspectos de su vida:
ÁLVARO FAYAD
EL REVERSO DEL TRAJE DE LOS AMOS
Por: Juan Manuel Roca
Hay momentos en que el peso de la historia arrastra a la acción a quienes no se conforman con ser espectadores porque aman y se apasionan por lo que les ocurre en los demás. Pienso en Camilo Torres Restrepo, por ejemplo, dando el paso del sacerdocio a las armas, equivocado o no, con un sacrificio de por medio. Por supuesto que no han faltado los que satanizan su paso, sin matices ni contingencias, desde una fácil condena de púlpito o de escritorio. Esto es algo que me lleva a recordar lo que decía el poeta de la Resistencia francesa, René Char, alguien que se vio impelido a las armas frente a la invasión de su país por parte de los ejércitos nazis. Decía Char que la “historia es el reverso del traje de los amos”.
En ese mismo camino debió ser difícil para Álvaro Fayad, que fuera amigo más que discípulo de Camilo y que también pasó por un seminario en Santa Rosa, pesar en una misma balanza la importancia del plomo de las balas y del plomo de los linotipos. Lo digo porque la contingencia lo llevó a la lucha armada, amando como gran lector y brillante escritor el metal plomizo de las letras, de los tipos móviles en los que leyó sus primeros y releídos libros. Me parece que esa parte de su personalidad y de su vida es la que se olvida y entonces vuelvo a René Char: “la historia es el reverso del traje de los amos”.
A propósito del cura enguerrillerado, recuerdo que una vez le conté a Fayad que en un viaje que este hizo a Medellín, al unísono con un poeta también adolescente que luego se haría sacerdote, Mario Castaño, hicimos una pancarta de saludo que decía “Se hace Camilo al andar”. Un juego quizás facilongo que sin embargo festejó Fayad pues para celebrar algo ingenioso, burlesco o patafísico, creo que pocos hombres de izquierda como él y tal vez eso fue lo que más lo hermanó con Jaime Bateman Cayón.
A propósito de Bateman y haciendo cacería en un formidable libro de entrevistas de Patricia Lara, contaba Fayad que cuando a los presos del M-19 los torturaban y les preguntaban por Bateman, los torturados sonreían. Difícilmente un homenaje más grande a un amigo. Que aún en las peores situaciones su nombre produjera una sonrisa y no pocas veces una carcajada.
No vi tantas veces como hubiera querido a Fayad. Pero en todas ellas me sorprendían sus lecturas, algunas en otros idiomas, su amor por la poesía, por el teatro, por el ensayo literario y obviamente por el ensayo político y la literatura. En ninguno de mis encuentros lo vi dando cátedra ideológica y haciendo proselitismos. Veía a un hombre de letras postergado, a alguien que había cambiado su posible vocación por la firme creencia de que se podría subvertir un país tan doloroso y desigual, el mismo de siempre. Pero de armas, nada. Yo le conté que una vez alguien me propuso irme fusil al hombro a la montaña y que mi falta de ardentía o de valor me llevó a maquillar con un supuesto humor mi negativa. Soy fusilánime, le dije al proponente, no soy capaz ni de brillar un fusil. Recuerdo que al viejo y querido poeta calarqueño Nelson Osorio Marín y a mí nos habló del humor disolvente de Quevedo, a quien había leído entre otros poetas y narradores en la biblioteca de Cartago. Su lectura de Juan Rulfo, del magnífico historiador de fantasmas, sus lecturas en las clases que en la Universidad Nacional recibiera de Jorge Zalamea Borda, creo que lo hicieron a una cultura poética, lo mismo que los libros escamoteados en la librería Buchholz, como le comentaba a Patricia Lara en su bello y atesorable, “Siembra vientos y cosecharás tempestades”. (“La historia del M-19, sus protagonistas, sus destinos”).
He vuelto a leer ese libro y no me deja de sorprender particularmente la capacidad narrativa de Fayad, la ductilidad de sus ideas expresadas de una manera culta y literaria. Leyéndolo, de nuevo se entiende por qué la mayoría de los líderes de ese movimiento son hijos de la violencia, como otros ahora serán nietos o biznietos de ella. La descripción del asesinato de su padre, texto que alguna vez le recordé a su primo Luis, es de lo más terriblemente bello que haya leído en un país en el que jugamos al azar los temas posibles de la literatura y parodiando a José Eustasio Rivera muchas veces termina ganando, por obvias razones, el de la violencia. Así le respondió a Patricia Lara acerca de la primera visión violenta que tuvo ante sus ojos siendo un niño, algo tan común a muchas otras infancias. La aguda entrevistadora tituló esa charla con un escueto “Álvaro Fayad, alias el Turco”:
“Poco después de la muerte de Gaitán asesinaron a papá: cayó sobre el piso de baldosa amarilla. Un hilo de sangre inundó de rojo su camisa blanca… Corrí a la cocina. Llené un vaso con agua. Regresé a la sala.
Me arrodillé junto a él… Quise darle de beber… Quise convencerme de que papá aún vivía… Yo tenía cuatro años, cuando los conservadores lo mataron. Recuerdo que mamá había comprado latas de sardinas para comer durante el viaje. Ese día nos íbamos definitivamente de Ulloa, Valle, donde yo nací. Nos íbamos desterrados de ahí por la violencia.
Minutos antes de la hora fijada para emprender el viaje a Cartago, alguien golpeó en la puerta de mi casa. Un tipo preguntó si estaba papá. Dijo que necesitaba que él le diera una recomendación en su calidad de dirigente del partido liberal del Valle… Papá salió a la puerta. Cuando inclinó la cabeza para sacar su bolígrafo del bolsillo y firmar la recomendación, el hombre le disparó… Él cayó. El tipo huyó. Los miembros del notablato conservador llegaron después… Un cura que todavía vive estaba con ellos…
Preguntaron a gritos si Fayad había quedado bien muerto.
-De lo contrario lo remataremos a tiros- dijeron. Olía a muerto. Hacía un calor sordo. Mamá nos sirvió sardinas a la hora del almuerzo… Desde entonces no pruebo las sardinas… Me dan asco. No me traen recuerdos. Me producen náusea simplemente.
Todo el pueblo supo que iban a asesinar a papá, todo el pueblo…De su futura muerte se habló en los cafés, se habló en las calles.. Pero como ocurre en la “Crónica de una muerte anunciada” de García Márquez, nadie le advirtió que lo iban a matar porque todos creyeron que él ya lo sabía…
Fueron los pájaros quienes ordenaron su asesinato: políticos importantes: los Lozano, el Cóndor del Valle… Sí, fueron ellos”.
Hasta ahí su respuesta a Patricia Lara.
Valga con lo anterior recordar la frase de un poeta que quizás no hubiera leído Fayad, Rainer María Rilke: “la verdadera patria del hombre es la infancia”. Si el aserto de Rilke fuera, y así lo creo, verdadero, la patria inaugural de Álvaro Fayad tuvo un bautizo violento, un bautizo de sangre. En esa patria tan contradictoria y compleja, otro niño, Iván Marino Ospina, de familia conservadora, tuvo como ídolo al mismo “Cóndor”, el asesino del padre de su futuro compañero de luchas. Así de contradictorio es todo en este país que hoy ve renacer nuevas conspiraciones en contra de la paz.
Solo 4 años después de ejecutado Fayad se firmó la paz con el M-19 y se llegó a la Constitución de 1991. Una paz que muy seguramente hubiera celebrado como alguien lo hizo a propósito de “Guerra y Paz”, la novela de León Tolstoi: “hay dos niveles de existencia, dos niveles de comprensión de la vida; la guerra y la paz, entendida esta como un acuerdo entre las personas”.
Era Fayad, al menos en nuestro medio, un guerrillero atípico, alguien capaz de recordar parajes de Víctor Hugo o del “Retrato del artista adolescente”, de César Vallejo y sus “Heraldos negros”, de León de Greiff y “Cien años de soledad” y lo mismo en política que en literatura lejos, muy lejos de cualquier actitud estalinista. A todas estas pasiones sumó su pasión bolivariana. Ahora no nos parece un simple azar que naciera un 24 de julio como hoy, el mismo día del natalicio de Bolívar.
Coda
Cualquier leyenda negra tejida alrededor de quien se atreve a disentir en obra y vida de las verdades impuestas, no es más que la comprobación de que la historia oficial no está contada por la punta del lápiz sino por el lado del borrador. De nuevo debo acudir a las palabras luminosas de René Char que me han acompañado al hacer este texto: “la historia es el reverso del traje de los amos”.
El Álvaro que yo conocí
Por: Carmen Lidia Cáceres *
De Álvaro Fayad, el político, el demócrata, el hombre convencido de sus ideales, del hombre leal a su causa, del comandante del M-19, se ha escrito y se ha dicho mucho, no solo a lo largo de su vida, sino después de su muerte.
Del Álvaro amigo, compañero, confidente, padre y hermano de la vida -de mi vida-, hay muchas, muchísimas cosas que contar. Y es a ese Álvaro, al leal en sus afectos, al ético en su comportamiento personal, al ser humano respetuoso, cercano, culto, tierno, sensible, tímido, alegre, sencillo, y especialmente al hombre consecuente con la vida, con sus ideales y comprometido con su familia, al que quiero evocar hoy en este espacio que nos reúne para que juntos, mis hijas, mis nietos, las primas y primos, nuestra familia francesa, ustedes -algunos que tuvieron la suerte de conocerlo en su quehacer político, o fueron sus amigos y otros que han conocido su historia- y yo, su compañera de vida, recordemos, como un acto simbólico, que Álvaro sigue presente entre nosotros y nos acompaña.
Quiero agradecer a Hilvanando la Memoria por permitirnos hoy mantener presente el recuerdo de un hombre que sin duda marcó la existencia de todos los que lo acompañamos en el camino de su lucha y su apasionante vida.
Y es que sí, la vida de Álvaro fue apasionante en toda la dimensión de la palabra, fue como vivir en una constante montaña rusa. Yo me subí a esa montaña en el año 63, cuando coincidimos en la presentación del examen de admisión a la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional y encontré un joven adolescente aún, tenía 17 años y hablaba de los clásicos de la literatura, conocía de teorías políticas, de Marx y Engels, pero disfrutaba intensamente también las historias de “indios y vaqueros” que encontrábamos en las droguerías o puestos de periódicos.
Me miraba con esos inolvidables ojos de mirada penetrante y escrutadora y a la vez de buenazo, en los que podía confiar. Así es que a partir de ese día esos ojos se hicieron mis amigos inseparables; más adelante, pasados unos años, se convirtieron en mis compañeros de vida, y el dueño de esos ojos es el padre de nuestras hijas Valeria y Alejandra, herederas de aquella mirada penetrante, franca y transparente que tanto caracterizó a Álvaro.
Venía del Seminario Menor de Santa Rosa de Cabal – Misioneros Vicentinos de Risaralda, donde estudió interno el bachillerato. Se destacó por ser un lector incansable, trabajo en la biblioteca donde podía acceder a los libros y lecturas que le interesaban, aquellos que exigía su formación, e incluso los prohibidos para los estudiantes. Se destacó en el aprendizaje del latín y fue nombrado instructor de los nuevos alumnos que ingresaban al seminario, lo que le permitió también leer los clásicos de la literatura francesa en su lengua.
Muy probablemente su formación y decisión de compromiso con el país viene de éste tiempo, hay una placa de los alumnos del seminario del año 1977 que dice:
Uno de los requisitos para el ingreso a la Universidad Nacional era una entrevista personal, entrevista para la que fue delegado el Padre Camilo Torres, a quien luego como estudiante se acercó, compartían su formación católica, el padre Camilo era Sacerdote y Capellán de la Universidad, Fayad venía del seminario. Además de su pasión por la política, éste acercamiento con el tiempo se convirtió en amistad, haciendo cada vez más frecuentes sus encuentros en los que compartían y opinaban sobre temas de actualidad del país, especialmente sobre su situación política y alternativas de cambio.
Inicialmente tomó las materias del programa de psicología, luego decidió que no buscaba un título, por lo tanto las notas poco importaban, optó por asistir a las clases que le interesaban. Había por esa época excelentes maestros en la facultad y a esas asistía, sabía que lo suyo era la política y se preparaba para eso.
Sus días en la universidad los dedicada a leer y estudiar en la biblioteca, asistir a aquellas clases que consideraba le aportaban a su formación, participar y hacer activismo político.
Le apasionaba ir a cine, veíamos tanto que agotábamos la cartelera que nos gustaba. Por esa época había teatros de función doble con una boleta, eran además muy baratas pero aun así era un esfuerzo y algunas veces lo preferimos a comer. En uno de esos teatros un día que estábamos haciendo fila para entrar descubrimos un acceso que no tenía vigilancia y a partir de ese momento esa fue una de nuestras puertas de entrada a un mundo de historias, personajes, diálogos y música que siempre lo fascinaron.
El teatro también le interesó, disfrutaba su lectura y en algún momento se vinculó a un grupo de la universidad que dirigía un español, no recuerdo su nombre, con él montaron una obra que fue presentada en su momento en el Teatro Colón de Bogotá.
Era un hombre culto, con un vasto conocimiento en diferentes saberes, eso lo hacía encantador con la palabra, escucharlo era un placer. Por esa época soñaba con ser miembro del Instituto Caro y Cuervo para profundizar sus conocimientos sobre la lengua, que siempre fue otra de sus pasiones.
Sus pensamientos se atropellaban e igualmente los transmitía, al punto que cuando hablaba lo hacía con tal rapidez que entender lo que quería comunicar requería de atención y concentración. Cuando escribía trataba de responder a la velocidad de su pensamiento, entonces, las palabras quedaban incompletas, se comía letras y de la velocidad de su mano resultaban trazos que hacían difícil su lectura. Los computadores eran escasos y costosos, no tuvo uno, yo fui en muchas ocasiones traductora del Fayad al español de sus escritos, además de ser su primera lectora y crítica. En ocasiones él mismo no entendía lo que había escrito, lo recuperábamos juntos, o yo lo hacía, era necesario ver el contexto para deducir las palabras, dificultad que se acentuaba cuando enviaba notas en papeles pequeñitos con letra diminuta.
Durante su estadía en la universidad pasó dificultades económicas, a pesar de que la Universidad subvencionaba el restaurante universitario y se pagaba muy poco por la comida, Álvaro pasó hambre. Desde esa época convivió con una terrible úlcera que lo acompañó de mala manera, hasta el final de la vida, sufrió mucho con ella, en ocasiones tenía que mantenerse inclinado para disminuir el dolor. Además la actividad política, la clandestinidad, y otras circunstancias de la vida no le permitieron cuidarse como debía, pero tampoco era su mayor preocupación.
Hacía casi todo lo que no debía hacer, fué un fumador empedernido de Pielroja que era su preferido, y cuando yo le pedía que no fumara tanto, me respondía que él sabía, que estaba seguro que él no iba a morir de cigarrillo.
No comía a horas, era muy nervioso y acelerado, no tenía horarios de sueño organizados, podía pasar días trabajando, e igual uno o dos días seguidos recuperándose, cuando era posible. Tenía los horarios de sueño invertidos, y era absolutamente lúcido en la noche durante la que leía, estudiaba y escribía. Mientras yo dormía él trabajaba, cuando yo me levantaba a trabajar él se acostaba a dormir. Cuando vivimos juntos, nos encontrábamos al mediodía en algún lugar cerca de mi oficina, él desayunaba y yo almorzaba, así era y así lo amaba.
Tuvimos diferentes trabajos como el de hacer encuestas, estábamos enterados de quienes solicitaban personal y nos volvimos expertos en el tema. También vendimos preguntas a la Oficina de Admisiones de la Universidad Nacional para ser incluidas en los exámenes de ingreso, tenían varios requisitos en cuanto a la dificultad y debíamos además probarlas en los colegios, muchísimas nos compraron, luego las veíamos incluidas como parte de los exámenes, porque también nos vinculamos para cuidarlos, en este trabajo participaban profesores y estudiantes de psicología y para nosotros era un buen pago.
Nunca podré recordar a Álvaro de manera lineal, porque nuestra vida no fue así, pues siempre saltan a mi memoria historias, unas que nada tienen que ver con las otras y algunas que se enlazan entre sí, como cuando en aquella época de universidad, la JUCO le propuso administrar una librería sobre la calle 26 casi al frente de la Universidad Nacional, donde además de vender libros de política y marxismo pudiera hacer trabajo político con los estudiantes, tenía un salario, tal vez el mínimo, ésta le duró muy poco porque la asumió como su biblioteca personal, leía toda la noche, dormía durante el día en un espacio pequeño que había detrás de la estantería, abría casi finalizando la tarde cuando los estudiantes terminaban la jornada. Aún hoy no entiendo porque se la quitaron.
Con mi primer sueldo, un salario mínimo, como vendedora en la Librería Buchholz, nos fuimos a vivir juntos. Sacamos en alquiler un apartamentico en un primer piso al lado de los garajes de un edificio en chapinero, no eran más de 12 metros, tenía una habitación pequeña, ubicamos la biblioteca contra una pared, enseguida la cama e inmediatamente después un escritorio con su silla, antiguo y bellísimo que había sido de la embajada cubana en Colombia, no recuerdo cómo llegó a nosotros, un bañito diminuto, la taza del baño estaba ubicada debajo de la ducha, había que hacer maromas para bañarse, una hornilla sobre el lavamanos era nuestra cocina, eso era todo, esos doce metros albergaban nuestra felicidad que desbordaba el espacio, era infinita, estábamos juntos, compartíamos, disfrutábamos la vida y todo lo que hacíamos, no necesitábamos nada más, porque nos amábamos intensamente y eso era suficiente!
La librería nos daba la posibilidad de tener o mejor recuperar todos los libros que queríamos, me tranquilizaba argumentando que eso correspondía a la diferencia entre lo que Buchholz me pagaba y lo que me debía pagar, me ponía entonces cuotas semanales que yo cumplía juiciosamente. La lectura era vital para Álvaro, además de literatura latinoamericana y los clásicos, leía crítica literaria, teatro, marxismo, política y ciencia ficción. Nunca he conocido a nadie con una memoria como la suya ni que leyera tan rápido, al principio no podía creer que fuera cierto y le hacía entonces pruebas para verificar. Él muy divertido respondía a mi examen verbal improvisado y siempre lo pasaba, era tan real como increíble, eso le permitió leer todo lo que pasaba por el frente y adquirir una vasta cultura.
Por los años 70s tomó la decisión de vincularse a las FARC donde permaneció aproximadamente dos años, al siguiente año llegó Pizarro, tuvieron algunas disidencias políticas graves con el secretariado, al punto que decidieron escaparse de sus filas. Álvaro le dijo a Jacobo Arenas que iba a escribir un libro sobre él y necesitaba viajar a Bogotá a gestionar algunos temas relacionadas con su publicación, y Carlos se escapó durante una guardia, iniciaron encuentros y reuniones con Bateman, Iván, Lucho, Vera, Yamel Riaño y otros compañeros para fundar el M, pero esa es una historia que ustedes conocen.
A su regreso y después de un tiempo, un año quizá, decidimos vivir de nuevo juntos y formar una familia, aunque éramos conscientes de las implicaciones que tenía esta decisión porque ya era buscado por los organismos de seguridad con su nombre propio, nos cuidamos muchísimo, al punto que nunca nos hicieron un allanamiento. En el 76 nació Valeria y en el 78 Alejandra, tenerlas fue deseado y planeado y sus nacimientos de felicidad absoluta, estuvo presente en los dos partos, fue amoroso durante los embarazos, tiempo en que les hablaba, las consentía, les ponía música. Su rol de padre lo asumió con todo el amor mientras le fue posible, no teníamos dinero para comprar pañales desechables, eran escasos y un lujo que no podíamos darnos, los dos partos fueron con cesárea y él se ocupaba de la mayoría de tareas, entre ellas lavar los pañales de tela, de acuerdo a la indicación de su biblia que tenía siempre a mano y consultaba todo el tiempo, “Tu Hijo” del Dr. Spock, la recomendación era lavarlos y hervirlos tres veces, en ocasiones le daban las tres o cuatro de la mañana, porque también cumplía con el trabajo político.
Cuando se iniciaron las capturas y allanamientos masivos después del Cantón Norte nos fuimos a vivir a Chía, toda su actividad política era en Bogotá y quería compartir el máximo de tiempo con nosotras, si le quedaba tiempo entre una y otra reunión se iba hasta allá, al punto que Iván, el flaco, Carlos, entre otros, lo molestaban siempre, se burlaban porque corría de un lado a otro, estaba enamorado de su familia.
Disfrutaba su casa y su hogar, cuando estaba, no eran todos los días y si era el momento se encargaba de las tareas que tuvieran que ver con la atención de las niñas, cambiarlas, bañarlas, empiyamarlas, darles la comida o los teteros, cantarles, leerles o contarles cuentos y dormirlas, si se despertaban en la noche, él se levantaba siempre, las arrullaba hasta que se volvieran a dormir, no le importaba el tiempo que fuera, la hora, ni el frío, lo hacía con todo el amor y la paciencia. Se refería a ellas como mis gorgogitos.
Compartíamos otras tareas de la casa, cocinaba algunos platos vallunos, no sabía mucho. Los fines de semana nos turnábamos para hacer las tareas de la casa, una vez él se encargaba de atender las niñas, comprar el periódico y hacer el desayuno y el otro descansaba, en época de vientos hacia cometas y salíamos los cuatro a elevarlas en algún lugar de la sabana, era algo que le recordaba su infancia con sus hermanos y se lo gozaba.
Fue una relación inquebrantable hasta el fin de sus días y a prueba de todo, pruebas siempre superadas, la clandestinidad, la lejanía, los encuentros distantes en el tiempo, la escasa y en ocasiones inexistente comunicación, no usábamos el teléfono, no era seguro, solo en ocasiones excepcionales, eran tan pocas las veces que cuando lo escuchaba me daba un vuelco el corazón, alguna vez le conté y me confesó que le pasaba lo mismo, de eso hace 30 años y no existía el celular, ni internet, quizá no los hubiéramos usado por seguridad, la comunicación era con mensajeros o por cartas, o mejor, carticas, y digo carticas porque eran eso, escritas en pedazos diminutos de papel o de cuaderno, con letra muy apretada y pequeña, con palabras incompletas, escritas a la velocidad de su pensamiento y sin ningún respeto por los márgenes ni los renglones, aprovechando al máximo el espacio, características que hacían fácil esconderlas y pasar desapercibidas y por tanto una mayor garantía de llegar a su destino, además de la cárcel y los encuentros de la familia en casas de seguridad por dos o tres días, cuando ya la represión apretaba y exigía mayores cuidados, todo eso y más vencimos, solo su muerte nos separó.
Aunque tomaba poco, rumbeábamos con nuestro grupo más cercano, más para charlar que para bailar, no sabía y nunca aprendió, disfrutaba la música y ver bailar.
El Álvaro que yo conocí, nunca dejó de sorprenderme ni sacudirme en su montaña rusa. Durante el Consejo de Guerra que se le siguió a él, junto con más de 200 miembros del M-19 detenidos en la Cárcel Picota de Bogotá, durante un año no pude visitarlo. Podían detenerme y vincularme al proceso. Eran nuestras hijas, Valeria, de tres años, y Alejandra, de dos, las que iban con otros familiares y amigos a ver su papá y en una ocasión, cuando llegaron de la prisión les pregunté: “¿Me mandó decir algo su papá?». Entonces las dos se alinearon frente a mí y se alzaron el vestidito. En el vientre de Valeria había un «Te» pintado con rotulador, y en el de Alejandra se leía «Amo», dentro de un corazón. Ese «Te amo», salió de la cárcel clandestinamente pintado en el vientre de nuestras hijas para mí, como muchos otros salieron de distintas formas, para sus familias y para el país.
Fayad y las miles y miles de personas, todas aquellas que quisieron hacer de Colombia un verdadero país, tuvieron que expresarlo en forma clandestina. Y en forma clandestina luchar por ese sueño. Cientos de ellos pagaron con su vida la osadía de amar a su país, de amar a su familia, de amar a sus prójimos. De expresarlo abiertamente o escribirlo en el vientre de su soledad carcelaria, o soñarlo en el silencio de las montañas colombianas. Cientos de miles, también, que como Fayad, tuvieron el valor de burlar los controles presidiarios de la cotidianidad militarista, cualquier día dejaron ese «Te amo» escrito con sangre indeleble en el vientre de sus esperanzas, de sus esposos y esposas e hijos e hijas y nunca más regresaron. Esos hijos, esposos, madres, hermanos, hoy deambulamos por el mundo arrastrando su recuerdo y rumiando la impunidad que rodea la desaparición de miles y miles de colombianos. Estoy segura que muchos de ustedes aquí presentes, llevan ese «te amo» como una de esas señas de identidad que jamás podrán borrar de su memoria, así como ni mis hijas, ni yo la hemos borrado. En ese «Te amo» que escribiera mi compañero, hermano y amigo, Álvaro Fayad, sigue gritando y sigue alimentando ese amor, ya no detrás de las rejas de una prisión, sino desde el fondo de la epopeya colombiana, que es la verdadera partera de nuestra historia más reciente.
* Este texto fue leído por Carmen Lidia Cáceres en el homenaje al comandante Álvaro Fayad, realizado en París el 16 de abril de 2016, organizado por el colectivo Hilvanando la Memoria.