OPINIÓN

Las estrellas son negras

“Irra bajó a la playa con el ánimo de embarcarse a pescar. Llevaba la boya en la mano, y lombrices dentro de un mate lleno de tierra húmeda. Vestía unos calzones de baño, reducción de pantalones largos ya demasiado despedazados de viejos. Miró sobre su cabeza el cielo azul, y sobre el Atrato la luz vesperal plateando las ondas.

Sentado en la nariz de la piragua estaba un viejo arremangándose los pantalones remendados.”

Así comienza la novela “Las estrellas son negras” de Arnoldo Palacios, escrita en 1948 y que tiene una coincidencia con el hecho que originó el conflicto armado en Colombia, pues en los disturbios del bogotazo, los originales de su obra fueron quemados, sin embargo, la novela del escritor afrocolombiano tuvo su primera edición un año después.

Es curioso como la historia colombiana es una reproducción de sucesos, que se entrelazan entre si de una manera tan particular, que hacen de este país una obra literaria humana. Que la máxima expresión de la literatura afrocolombiana haya surgido en el mismo año de la muerte de Gaitán, y que sus páginas hayan sido quemadas en los hechos que 60 años después tratamos de superar, es una muestra de ello.

La tinta con la que se imprimió su obra parece ser la tinta de la historia. Desde aquel 9 de abril la violencia en el país ha sido una constante, la más cruel y más desesperanzadora en los 200 años de vida republicana, y es una historia que ha sido escrita marcadamente por unas poblaciones, entre ellas, la población afro la cual es víctima del conflicto en lo social, económico, político y armado.

Según censo del DANE, la población afro en Colombia es del 10,6% que representan más de 4 millones con respecto al total de la población colombiana. Esta población es de las más afectadas por el desplazamiento en el marco del conflicto. En cifras publicadas por ACNUR, de la población interna desplazada, las comunidades afro están en el 12,3%, y de la población afro desplazada el 98,3% vive bajo línea de pobreza.

Lo anterior no significa que el resto de la población tenga excelentes niveles de vida. Durante años la tasa de analfabetismo se mantiene entre el 39% al 43%, para inicios del siglo XXI de cada 100 jóvenes afro que terminaban su bachillerato, solamente 2 ingresaban a la Universidad. En términos de salud estas comunidades se caracterizan por una mortalidad de alta incidencia.

La escasa gestión institucional en sus territorios son dificultades que han tenido que afrontar por la marginalidad, falta de oportunidades, ausencia de titulación de tierras que desembocaron en conflictos interculturales con colonos y pueblos indígenas; este último aspecto se intentó subsanar con la promulgación de la ley 70 de 1993, que dio creación a los llamados consejos comunitarios, los cuales trajeron algunos aspectos positivos, pero que no han logrado superar el conflicto interétnico.

Al poner la vista en el retrovisor, pareciera ser que la carga de la esclavitud presente en América desde la época colonial, ha venido siendo arrastrada, pues no solo se afronta problemas económicos y sociales, sino que también en el conflicto armado ha sido una población con participación dual en el mismo, pues son un numero considerable de personas que entran a los grupos armados, en muchas ocasiones, para superar condiciones dramáticas de vida o por presiones de los mismos , y también son la población civil víctima de violación de Derechos Humanos, uno de ellos el desplazamiento forzado, que por ende los divorcia de sus derechos económicos, sociales y culturales.

Al escribir esta columna, me inspiró la novela de Arnoldo por ser una historia que no es solo propia de su natal Chocó, sino que es un retrato de todo el litoral Pacífico colombiano. Sus primeras líneas son una descripción del inicio del día en las comunidades de la ruralidad afro, además, todo el contenido de su obra se encuentra impregnado por la presencia de los jinetes del hambre, la escasez, la discriminación y la violencia.

A 73 años de haber dado a luz esta novela, esos jinetes aún persisten en la negra cotidianidad de la vida de las gentes del Pacífico, se los puede encontrar asentados en los pueblos afros que hace 5 años acudían a decirle SÍ a la paz. Por primera vez los vientos de justicia social asomaban en sus ranchos.

La perfidia del Estado con la paz, hoy somete a cientos de pobladores afro a continuar su encuentro con la guerra en Nariño, en el 2020 más de 28.500 habitantes tuvieron que salir huyendo de la conflagración, sobrevivir al contagio del COVID-19 era más factible que hacerlo a la inclemencia de las balas. A inicios de este año más de 200 personas que residían en zona rural de Barbacoas tuvieron que abandonar sus hogares.

Desde el 16 de marzo, en disputas de grupos armados por controlar el corredor estratégico entre costa y cordillera, se ha vivenciado un nuevo desplazamiento de familias residentes en zonas del municipio de El Charco. Al momento hay escasez de alimentos, medicinas, las misiones médicas no han podido hacer ingreso y las familias se baten en la angustia de la guerra y la esperanza de la paz.

El Charco, Nariño. 2018. Tomada por Fernando Enríquez.

La solidaridad nariñense por nuestra gente del pacífico se hace urgente, el ente departamental deberá rodearse de las organizaciones de Derechos Humanos para atender la crisis humanitaria que se avecina. Ese río Atrato en el que transcurre el día de “Las estrella son negras” es también el río Tapaje donde El Charco resiste por la vida, acoger su resistencia como propia, será nuestro deber.

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