

Interrogantes sobre la sospechosa actuación de la Policía en Pasto:
PRIMERO. Existe una rara coincidencia. Cuando la Plaza de Nariño está llena con manifestantes pacíficos y con demostraciones culturales y artísticas, se dan hechos aislados, que se utilizan para justificar la represión, el gaseo y disolver la concentración.
La estatua de Nariño fue el primer pretexto. Esa tarde se reprimió hasta la noche en distintos puntos de la ciudad, en medio de un cacerolazo general. Es bueno recordar que la primera vez que bajan la estatua fue con la Plaza casi vacía y un destacamento del ESMAD en ella. Los videos muestran que una de las personas se desliza por la cuerda, poniendo de presente experticia en ese tipo de acciones. Se supone, se presume que los servicios de inteligencia del gobierno tenía, o deberían tener, conocimiento que se planeaba este hecho. La acción no sólo tuvo como respuesta la represión, sino que provocó una serie de calificaciones y descalificaciones entre activistas sociales del Paro que distrajeron la atención. En otra concentración el pretexto para disolverla volvió a ser que un grupo quería tumbar a Nariño que se había nuevamente colocado en su pedestal.
SEGUNDO. Porque ayer cuando había un colorido y pacífico acto cultural, cinco encapuchados, como lo muestran los vídeos, apedrearon inicialmente las dependencias se la alcaldía en la Plazoleta de San Andrés y luego la Gobernación, donde uno de ellos hace alardes de equilibrista y se sube al segundo piso, mostrando experticia en este tipo de acciones y automáticamente la Policía, no controla a esas personas sino que entra con gases a la Plaza de Nariño. Esto parece fríamente calculado, o al menos muy coordinado.
Lo que sigue son enfrentamientos, piedra, retenciones, golpes, gases. Es como si a los integrantes de la Fuerza Pública se les disparara el botón de brutalidad y todo se vuelve «enemigos» sin importar sean señoras, niños, ancianos. Se esperaría acciones de control que regresen a la calma, que a alguien se le ocurra no abrir más heridas y dejar más cicatrices y muchas veces hasta muertos; pero no, el libreto contiene un papel para cada quién, los policías causan terror, los militares intimidan, los políticos se hacen los pendejos, los gobernantes se vuelven «intermediarios».
Los derechos de los humanos no parecen ser de incumbencia del gobierno, están ocupados en cuidar las «instituciones», es decir los aparatos y las normas con las que violan los derechos de los demás y protegen los intereses de ellos.
Esto va a cambiar, porque como siempre la agresión del gobierno tocó a las mayorías, pero como núnca desde las entrañas de la sociedad una generación está dispuesta a perder el miedo. Lo que pase, para bien de Colombia, debe pasar por la revisión y corrección del papel que deben asumir las fuerzas de policía y militar en un país que los jóvenes se cansaron de sentir ajeno.