
A HERALDO lo recordamos con profundo cariño. El paso del tiempo lo hace más entrañable.
A HERALDO lo conocimos tanto, como miles de nariñenses de todos los rincones, de todas las ocupaciones y opciones.
HERALDO era fácil de conocer y de querer, fue un hombre sin dobleces, de quien se sabía sus defectos sin dificultad y se apreciaba sus virtudes sin envidia.
Nacido en un hogar de trabajadores, se abrió paso entre las carencias para demostrar que quería ser y quienes lo oyeron declamar, lo acompañaron en las campañas pro-capilla del Colegio Champagnat, lo vieron salir de todas las clausuras lleno de medallas, o lo leyeron en la “La Voz Juvenil”, sabían de un liderazgo en formación.
Que HERALDO se comprometa como lo hizo en la lucha social, con la devoción de un creyente y se gastara toda su energía juvenil promoviendo la expresión del descontento, es apenas natural; a su inteligencia venía unido el más sincero deseo de bienestar comunitario, porque desde siempre entendió la pobreza como un mal innecesario al que injustamente se sometía a las mayorías.
De la vida de HERALDO solo queremos recordar su discurso permanente. La forma franca y apasionada con que transmitía en mítines y concentraciones multitudinarias, la indignación por los atropellos, la orientación para el reclamo, la certeza en que mejorar es posible.
Nunca necesitó hacer cosa distinta que dejarse llevar por sus sentimientos para provocar aceptaciones de decisión entre quienes escuchaban sus arengas.
Hoy más que ayer entendemos que todo su secreto consistió en ser un auténtico enamorado de la libertad y un practicante admirador de la capacidad popular.
En HERALDO no es un decir que fue corta la vida para tanto vivir. Treinta y dos años le alcanzaron para resumir el deseo de cambio de la región sur de Colombia; para estar entre los mejores dirigentes de la buena época del Movimiento Estudiantil Colombiano. Esa época de la irreverencia y el compromiso, la época de los setenta, para sellar su pacto de sangre por el pueblo, que desde 1968 hasta su muerte lo sentirá siempre junto, con firmeza, lealtad, simpatía y sencillez. Pudo acertar o equivocarse en política, pero siempre con la limpieza de un jugador sin vicios, la decencia de un triunfador visionario, la tranquilidad de ser perdedor con futuro y la constancia de un convencido.
HERALDO, logró morir para quedarse y eso lo saben los pueblos, es la más exigente condición de la existencia.
GALERÍA







