

No hay nada más apetecido por los políticos y los dirigentes nacionales y locales, que un desastre natural o una guerra. Mientras que para el pueblo raso son grandes tragedias que ponen en riesgo la vida de las personas, las familias y las comunidades, además de la profundización de la pobreza y el atraso de regiones que no han podido superar las necesidades básicas de servicios públicos, vías de comunicación y medios de trabajo.
Todo lo contrario sucede con los gobernantes nacionales, regionales y municipales, para ellos un desastre natural, ya sea una erupción volcánica, un terremoto, una inundación, la pandemia o cualquier otro suceso que golpee a la población, es una oportunidad para figurar, para declarar emergencias y hacer contratos sin mayores requisitos, y realizar lo que más les gusta, contratar a dedo con los amigos.
Por otra parte, son felices haciéndose tomar fotos en camisa y botas pantaneras, para que el pueblo vea cómo se sacrifican gobernando, administrando el erario público, acompañando a la comunidad en su dolor, llevan mercaditos, tejas, carpas, kits de aseo y un montón de ayudas, para “regalar” generosamente, como si fuera del bolsillo de ellos.
Primero hay que resaltar que la presencia de un presidente en un lugar de desastre es un derroche de recursos, un desperdicio por la cantidad de gente que tiene que acompañarlo, por la seguridad, por el transporte de medio batallón para cuidarlo, alimentarlo y atenderlo. Pero eso no les importa, para ellos lo importante es hacer el show, aparentar que trabajan, que se preocupa por los pobres.
Si un presidente, verdaderamente se preocupara por los pobres, hace mucho hubiera trasladado a las comunidades a lugares más seguros, tendrían albergues en las zonas de riesgo, con agua potable, centros médicos, escuelas, vías de acceso, conectividad, comunicaciones, seguridad alimentaria, protección a la producción agropecuaria, etc., etc. Pero a los presidentes no les interesa acabar con la pobreza, para ellos los pobres son muy útiles, para visitarlos en sus tragedias, organizar comités, darles el sentido pésame con palmaditas y tomarse la foto mientras entregan mercaditos.
Segundo, la ayuda humanitaria no es generosidad del gobernante, es una obligación por la irresponsabilidad de un Estado que no ha hecho lo suficiente para prevenir y atender los desastres, o por no haber creado las condiciones para que la comunidad pueda afrontar los problemas con mayores recursos, por ejemplo, buenas viviendas, buenos servicios públicos, economías estables, educación, etc.
Las denuncias de corrupción por los contratos de ayudas humanitarias son frecuentes, en todos los sectores, con sobreprecios de los productos, por ayudas no entregadas, por donaciones que nunca llegaron a las víctimas, por problemas que año tras año se repiten, en los lugares de siempre, por la negligencia de siempre, por la corrupción de siempre.
Colombia se ha acostumbrado cada año a escuchar los dramas por fenómenos de la naturaleza o de la guerra, de la gente del Chocó, la Guajira, la Orinoquia, la Amazonia, de las poblaciones pobres de la costa Atlántica y del Pacifico, del Putumayo, de los valles del rio Magdalena o el rio Cauca, regiones en donde los daños son mayores y las víctimas son numerosas, por el abandono, por la falta de Estado. Es más de medio país a la intemperie, en cambuches, sin ley, sin autoridad, sin instituciones que cuiden y protejan, regiones que tienen que esperar una calamidad para llegue el presidente con un mercadito.
Los bancos tampoco desaprovechan, muy conmovidos llaman a la comunidad a la solidaridad, para que hagan sus aportes en sus desinteresadas cuentas, hoy por ti mañana por mí. El pueblo termina pagando el doble por los damnificados, primero con los impuestos y después con la solidaridad.
La próxima vez que vea al presidente repartiendo mercaditos en la televisión, no crea en su generosidad, es el resultado del abandono, del mal gobierno y el oportunismo.
HECHOS DE LA SEMANA:
HECHO EXTRAORDINARIO:
Tardío, pero por fin el alcalde de Ipiales entró en razón y entendió la necesidad de organizar el Carnaval Multicolor de la Frontera virtual, una medida reclamada hace meses para apoyar a los artesanos de nuestro municipio.
HECHO DE INSEGURIDAD:
Los alcaldes de la provincia se preguntan qué pasó con la autoridad en Ipiales, los sectores más importantes de la ciudad están abandonados, como el terminal de transporte, la vía al aeropuerto, en la actualidad se calculan cuatro terminales piratas a la frontera, inseguridad en las calles y aumento de prostíbulos con gran desorden.
HECHO DE VIOLENCIA CONTRA LA MUJER:
A propósito de los numerosos prostíbulos en Ipiales, ya se escuchan las cuñas sobre la violencia contra la mujer, que mejor prevención que la reconversión laboral de las trabajadoras sexuales, esa es la peor violencia contra la mujer. ¿Aquí necesitamos hechos, no sólo cuñas?
LUIS CABRERA
Noviembre 20 de 2020