
Aurelio Arturo, el poeta insigne, nacido en La Unión, Nariño, el 22 de febrero de 1906, inmortalizó en sus letras ese amor profundo por las labores del campo, por esa tierra que vio nacer, entre cafetales y maizales, al más destacado exponente en la historia de las letras del Departamento de Nariño.
Hablar de Aurelio, es referirse a una obra solitaria y sólida entre la penuria del verde de todos los colores y el asfalto capitalino, en pleno apogeo del piedracielismo. Aurelio asume las banderas del modernismo, tratando de recuperar los caminos del poeta Porfirio Barba Jacob, misión que emprende desde el anonimato en diversos periódicos de difusión nacional y sólo hasta 1963 decide marcar con su rúbrica Morada al Sur, obra cumbre, una selección de catorce poemas que lo hace merecedor del premio nacional de poesía Guillermo Valencia, en ese mismo año.
El recomendado de hoy es el poema Madrigales, oda al amor distante; ahora que estamos en tiempos de distanciamiento social.
Madrigales
I
Déjame ya ocultarme en tu recuerdo inmenso,
que me toca y me ciñe como una niebla amante;
y que la tibia tierra de tu carne me añore,
oh isla de alas rosadas, plegadas dulcemente.
Y estos versos fugaces que tal vez fueron besos,
y polen de florestas en futuros sin tiempo,
ya son como reflejos de lunas y de olvidos,
estos versos que digo, sin decir, a tu oído.
II
Llámame en la hondonada de tus sueños más dulces,
llámame con tus cielos, con tus nocturnos firmamentos,
llámame con tus noches desgarradas al fondo
por esa ala inmensa de imposible blancura.
Llámame en el collado, llámame en la llanura
y en el viento y la nieve, la aurora y el poniente,
llámame con tu voz, que es esa flor que sube
mientras a tierra caen llorándola sus pétalos.
III
No es para ti que, al fin, estas líneas escribo
en la página azul de este cielo nostálgico
como el viejo lamento del viento en el postigo
del día más floral entre los días idos.
Una palabra vuelve, pero no es tu palabra,
aunque fuera tu aliento que repite mi nombre,
sino mi boca húmeda de tus besos perdidos,
sino tus labios vivos en los míos, furtivos.
Y vuelve, cada siempre, entre el follaje alterno
de días y de noches, de soles y sombrías
estrellas repetidas, vuelve como el celaje
y su bandada quieta, veloz y sin fatiga.
No es para ti este canto que fulge de tus lágrimas,
no para ti este verso de melodías oscuras,
sino que entre mis manos tu temblor aún persiste
y en él, el fuego eterno de nuestras horas